sábado, diciembre 30, 2006

26. Navidades hospitalarias

hospitalario, ria.
(De hospital).
1. adj. Que socorre y alberga a los extranjeros y necesitados.
2. adj. Que acoge con agrado o agasaja a quienes recibe en su casa.
3. adj. Se dice de la casa misma.
4. adj. Perteneciente o relativo al hospital para enfermos.


Este profe que escribe este blog tan impersonal fuera del mundo del instituto va a romper su hábito de no hablar de su vida privada (flashes no, por favor) por una vez y va a contar su particular odisea en estas navideñas y entrañables fechas, adscribiéndose a la cuarta entrada del diccionario de la RAE.

21:30, lunes 25 - 14:15, viernes día 29. Hospital para mis narices. Aun no siendo nada importante, he tenido lo suficiente como para darme cuenta de que no valoramos lo que damos por dado (la salud, las pequeñas cosas y hábitos que nos rodean, la familia, los amigos que llaman a cada momento preocupados por tu salud) y de la brecha que supone algo tan normal como acercarte a un hospital de urgencias y quedar aislado, encerrado, prisionero de la fragilidad de tu propia salud.

Bueno, empezaré por decir que no ha sido nada: el domingo empecé a sangrar por la nariz y el lunes no sólo no paró sino que fue a más. En el hospital, cuando me dio otra hemorragia (al principio creo que no me tomaron muy en serio) me ingresaron esa noche.

Podría optar por una versión extendida de los hechos, pero creo que mejor será resumir: por más dolorosos taponamientos en las narices que me ponían, no paraba de sangrar. Me trasladaron a la madrugada de la segunda noche a otro hospital para que me practicaran una
embolización y me dejé todas mis pertenencias en el primer sitio con las prisas porque entre que yo echaba sangre por la boca y mi padre se acababa de despertar, nos fuimos con lo puesto. Así que me quedé incomunicado, sin ninguna distracción. Y las agujas del reloj en el hospital están llenas de plomo, las horas no pasan.

Repetidas preguntas sobre las causas del derrame (golpe, hurgamiento, coca...); olor fétido de estar estancado tanto tiempo, lo que salió (hedor incluido) cuando me lo quitaron; dolores en la espalda porque durante 8 horas no podía mover la pierna; esperas interminables a que los médicos te atendieran; noches salpicadas de visitas para revisar tu temperatura y tensión; celadores llevándote de un lado para otro...

Lo importante es que no me sangra la nariz y estoy en casa. Y, como me dijo uno de estos celadores (hay que ver qué curro tienen, qué labor hacen, ellos, las enfermeras, los doctores e incluso el personal de limpieza, qué estrés, cómo olvidan que conviven con el dolor y la enfermedad e incluso la muerte, o hay vocación o no sé cómo aguantan) cuando le dije que estaba acojonado por la operación quirúrgica: “la mayoría de los que están aquí darían lo que fuera por tener una operación como la tuya”.

En fin... Felices Fiestas para todos y disfrutad mucho en Nochevieja. Yo reposaré y trataré de volver a la normalidad lo antes posible.

sábado, diciembre 23, 2006

25. Telegramáticamente

Últimos días muy atareados y estresantes. STOP. Exámenes, ejercicios de recuperación y presentación de actividades y cuadernos demasiado tarde retrasaron la puesta de notas. STOP. Sesiones de evaluación y jornadas culturales. STOP. Profesores (bueno, sobre todo yo) al borde de un ataque de nervios. STOP. Jornadas culturales muy cargadas. STOP. Concurso de carteles literarios (se daba un poema y lo tenían que copiar y hacer un dibujo inspirándose en él), karaoke, batuka, conciertos... STOP. Una circular entre profesores pedía no escaquearse y algunos, en efecto, estuvimos de 9 a 14. STOP. No preguntar por otros. STOP. Comida con compis del primer año y ver que no fue casualidad llevarnos tan bien y que será difícil volver a tener tanta suerte. STOP. Comida con los compañeros actuales y acabar volviendo a casa casi a las doce tras una charla más reducida final analizando la marcha del instituto. STOP. Abandono del gimnasio y sudores fríos al pensar en cómo retomaré el ritmo. STOP. Previsión para un segundo trimestre más gris, dos compañeras por unas razones u otras se marchan y empieza un curso de cuatro a nueve los lunes y jueves. STOP. No volveré a quejarme de temas de vacaciones por bien de mi integridad personal. STOP. Felices Fiestas a todos. STOP.

martes, diciembre 12, 2006

24. Tras el puente, la caída

Con el corazón roto, así me hallo al observar que, cuales alumnos míos de verdad, habéis dejado los deberes sin hacer. ¿Sabéis qué os digo, emulando a Woody Allen (Misterioso asesinato en Manhattan)? Que ya no os vuelvo a mandar deberes, ea.

Quitando esto, sólo quería apuntar que la vuelta ha sido muy dura. Claro, disfrutas del puente, te olvidas de tu rutina, de tus clases, de tus gritos, etc., te crees que eso es tu realidad, pero noooo, es algo momentáneo, hay que volver a la realidad. Y la realidad ha llegado junto con el invierno, con temperaturas rozando los 0º y el instituto congelado, como mis pies. Es decir, después de atravesar el puente, te das cuenta de que llegas al final y que te precipitas al vacío.

Hecha mi queja (acepto que me tiréis de todo encima y que me digáis que no es nada comparado con vuestros casos), apuntar tan sólo que estoy inmerso en corrección de ejercicios de recuperación, últimos exámenes, todo tipo de correcciones (normalmente cosas retrasadas) y, a la vuelta de la esquina, las medias y las notas. ¿Qué es lo bueno? Que se acercan las vacaciones (podéis tirarme de nuevo todo lo que tengáis a mano).

PD: aprovecho la falta de apenas una hora para el día 13 para felicitarte, Laura.

¡F E L I C I D A D E S!

martes, diciembre 05, 2006

23. Deberes para el puente


¿Qué os pensabais? Que por entrar libremente a este blog os ibais a librar de tener que hacer deberes para el puente, como mis alumnos de 4º? No, no, eso no.
Aprovecho el texto que he escrito, siguiendo los parámetros de la literatura realista del siglo XIX, para teneros activos durante estos días.

Para casa:


Lee el siguiente texto y contesta a las preguntas que vienen en negrita:


Alejandra se levantó confundida. Su resaca, como una maciza plancha de acero instalada sobre su cabeza, retardó el proceso identificador: no estaba en su minúscula habitación, dispuesta en una esquina de sus veinticinco metros cuadrados, al lado del cuarto de baño –retrete, lavabo y un rectangular y alargado habitáculo donde sólo podía ducharse– y en frente de su cocina americana-salón resto de la casa.

Se sorprendió al estirar su brazo y no hallar obstáculo alguno. Su corazón sintió una especie de vértigo o desamparo. Su vista no se chocaba contra los duros y rectos límites de las paredes, sino que se abría entre ella y la ventana (que devoraba demasiada luz) el espacio suficiente como para dar varios pasos seguidos. Quizá por culpa de un equivocado y posesivo síndrome de pertenencia, echó de menos en ese primer instante su reducido espacio. Todo allí le venía demasiado grande y le resultaba extraño porque no estaba en su insignificante territorio, en el que aunque insignificante, al menos se trataba de su insignificancia.

Una débil luz roja fijó su atención: el reloj despertador de la mesita. Las diez y cuarto. Su espalda se separó del colchón, impulsada por una especie de resorte automático, casi un espasmo provocado como por una desconocida corriente eléctrica. Tendría que estar despierta hace tres horas. La echarían del trabajo. Ella carecía de la bula de Guzmán o Fermín, a ella le exigían tres veces lo que a sus compañeros, cobrando casi tres veces menos. Estuvieron a punto las lágrimas de sobrepasar la frontera de sus párpados, pero no se lo permitió. Tal vez por su desarrollado y entrenado afán de superación y fortalecimiento de carácter, tal vez porque recordó que era domingo.

Se desvaneció como una aspirina efervescente la visión del recorrido de cada mañana de lunes a sábado, desde el gélido desembarazarse del edredón, pasando por el silencioso ritual de ducharse, vestirse, maquillarse y desayunar, hasta bajar los seis pisos por las escaleras –la maldita claustrofobia le impedía acercarse a cualquier ascensor– y recibir con oscura hostilidad el saludo de las calles grises y los pasos acelerados de semblantes serios que enseguida se convertían en olvidos difuminados... (Continúa describiendo el trayecto hasta la oficina, situada en el extrarradio, un edificio alto donde está instalada una multinacional. 10 líneas)

Todo era demasiado repetitivo: de nueve a dos delante de la pantalla del ordenador, espalda recta, dedos registrando cifras en un desfile autómata y enloquecedor. Hora para el almuerzo en la sala sellada de la planta baja, luchando contra sus sudores fríos y su agobiante sensación de falta de oxígeno. Sándwiches a duras penas digeridos, digestión deficiente, estómago saturado en las tres horas siguientes, incluso en la hora y media de trayecto de vuelta, reducido a media hora si Carlos había podido salir antes a recogerla, algo cada vez más infrecuente, sobre todo a raíz de que se frustrara el proyecto de irse a vivir juntos.

Lo había sospechado pronto. Supo que aquella propuesta nacía de un más que seguro arrepentimiento por encima de una decisión meditada y aceptada. Lo que no había podido imaginar es que pudiera haberse acostumbrado a no esperar nada de él, a no importarle renunciar de su presencia, a no tener la mínima indignación ante el hecho de saberle acostándose con otras.

Ya que estaba incorporada, vio que en la mesilla estaba su paquete de Winston. Encendió un cigarro y su primera calada la contuvo en su interior hasta expulsarla con demora, reflexionando sobre el humo y sobre ella misma, vista de forma casi alucinógena en aquella nube tóxica que ella misma estaba desatando. Miró la colilla y su dolor de pulmones le impulsó a apagar el cigarro contra el cenicero que también se había acercado. Lo aplastó contra él y se quedó observándolo. Ella podría ser aquel cigarro. Casi nuevo, pero inútil por completo. Se acordó de una frase de una de sus novelas favoritas en aquella época –casi inexistente, que parecía tan distante–, “Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre”, pensamiento de Ana Ozores, un personaje con el que en ese entonces no podía sentirse más alejada, pero que ahora...

Se abrió la puerta, pero al estar situada enfrente de la ventana y estar el resto de la casa en penumbra, no pudo descifrar el significado de los contornos de aquella silueta que se apoyaba en el quicio de la puerta pesadamente, con el hombro.

–Buenos días, oyó con voz algo ronca, áspera, pero al mismo tiempo cariñosa. Sonaba algo adormilada, con que supuso que provenía del cuarto de baño... (Completa el diálogo entre los dos personajes, tratando de que suene lo más coloquial o auténtico posible y acaba el capítulo con las reflexiones, el recuerdo, la explicación o con lo que quieras completar de Alejandra. Mínimo, 25 líneas)

Titula el texto.
Identifica los rasgos realistas de este texto.

viernes, diciembre 01, 2006

22. La educación a debate


(Aviso a navegantes. Este artículo puede resultar tedioso, sobre todo si se siguen mis indicaciones de leer los dos artículos enlazados a los que se hacen referencia).

Este jueves los profesores hemos votado para ver quién nos representaba sindicalmente en no sé muy bien qué negociación o para qué motivos. Han venido varios sindicatos a informarnos qué pretenden conseguir (darnos una mayor autoridad o relevancia dándonos la consideración de autoridad, para que una agresión contra nosotros sea un atentado contra la autoridad, por ejemplo), pero en realidad he votado sin saber bien qué estaba votando.

Y he tenido suerte. Al menos he podido votar. Muchos interinos no han estado incluidos en el censo electoral y no han podido ejercer su derecho al voto. Luego hablan de que no hay categorías. Muchas veces nosotros mismos somos los primeros en tirarnos piedras sobre nuestro tejado, al no ser esa piña que necesitaríamos ser.

Si lo fuéramos, no toleraríamos la espiral a la que se dirige la enseñanza pública. Seamos sinceros. La cosa va a peor. Tengo compañeros de cierta edad que me hablan de la degeneración que han visto en las aulas y se consuelan pensando que no estarán para ver lo peor. Se compadecen de mí.

Todos los partidos políticos están de acuerdo en una cosa: la educación no interesa. Interesa que los alumnos del futuro sean sujetos sin capacidad de crítica que hagan lo que les digan de arriba, sin quejarse ni rechistar. Por eso los centros públicos seremos el cajón de sastre donde meter todo aquello que no saben qué hacer con ello. ¿Resultado? Dentro de poco, hablaremos de dos clases: los pudientes podrán elegir centro privado, donde podrán recibir unos estudios (que no educación, eso se pierde en todos los lados) que les posibiliten el acceso al poder; y los pringados que se tendrán que conformar con lo sobrante. Con las mezclas disparatadas, los centros problemáticos, nada adaptados a lo que se pretende.

Integrar. Ja. Las mezclas son buenas, claro que sí, pero siempre que eso no devenga en una devaluación a los alumnos que quieren aprender. Eso no lo harán si tienen en la clase cinco chinos, seis marroquíes, cuatro del este de Europa y tres americanos sin ningún nivel. ¿Racismo? Realidad. Hay que disponer clases especiales para ellos, al igual que para los alumnos con discapacidades, hasta que se vea que pueden seguir el ritmo de los demás.

Es precioso pretender una igualdad social y querer evitar marginaciones. Es precioso ver a un alumno sordo con discapacitación psíquica, que tiene miedo a lo que no puede escuchar ni entender y al que se obliga a salir de su mundo seguro para ser vulnerado por otros alumnos “normales”. Es precioso que venga un profesional como Álvaro Marchesi y te venga a decir que si la LOGSE no ha dado su resultado es porque los profesores no tienen la capacidad suficiente y hay que darnos herramientas en ese sentido. El señor Álvaro Marchesi, desde su tarima universitaria, realiza un diagnóstico superficial y abstracto, lleno de términos grandilocuentes; habla de “compromiso de la sociedad”; también me ha gustado mucho el término “disruptivo”. Cuando un alumno me insulte en la cara o simplemente me dé el coñazo, le diré con calma: “Niño, no seas disruptivo”. ¿No es un término precioso?

En la sala de profesores oí el otro día que ya se llegaba a aconsejar a familiares no meterse en esto de la educación. Profesión de riesgo. Están saliendo muchos temas de violencia en el aula, tanto con los propios compañeros como contra los propios profesores. Tenemos un problema si vemos un vídeo en el que te patean. Luego se entrevista al ángel y te dice que el profesor le estaba provocando. ¿Por exigir que le diera el tabaco, por pedirle que se fuera porque no era su instituto? Da igual, el caso es que el profesor se arrastraba para huir. Y que su novia estaba grabándole, lo cual demuestra que el acto fue impremeditado, claro. La punta del iceberg, de todas formas. Sólo quien está ahí dentro sabe que hay centros (y muchos) donde salir indemne es el principal objetivo del día.

Salen esas imágenes en la tele y entonces mucha gente que nos miraba por encima del hombro y con desconfianza por nuestras vacaciones y nuestros horarios entonces no lo ven tan fácil, aunque se siguen quejando en los periódicos gratuitos porque les hacemos ir a recoger a sus niños por culpa de una votación que no tiene importancia. Y eso que no saben que vamos a ir a peor con más facilidades para quien no quiere estudiar con las promociones automáticas. No hay pacto de Estado en un tema prioritario como el futuro que van a darle a sus hijos. Lees a Ricardo Moreno Castillo, profesor de instituto, y no puedes sino asentir a todo lo que dice. Pero sabes que no se le escuchará, que todo seguirá igual. O, peor, que la situación seguirá degenerando. Y nosotros, que vamos cada uno por un lado según nuestros intereses y nuestra nula visión como grupo, no haremos paros ni manifestaciones. Vendrá el inspector de turno, nos amenazará, nos amedrentará, y seguiremos soportando al angelito que nos llama hijoputa en la cara, no vaya a ser que le coartemos su derecho a recibir clase. Vendrá el político del momento y, si tiene un rato libre entre independencias, procesos de paz, trasvases de agua, televisión estatal, prevaricaciones urbanísticas, decidirá hacer caso al Marchesi intelectual, pedagógico y moderno de turno y nosotros no le diremos que pruebe a meterse en clase un par de semanas para ver si no cambia de idea.

Yo no pido que se me valore en la sociedad. Simplemente me conformo con que mis alumnos adopten hábitos civilizados (esos primerinos que se levantan cuando quieren, que hablan con el compañero del otro extremo), que sepan valorar comportamientos y éticas, que no acepten lo que reciban sino que piensen y critiquen, que desarrollen sus opiniones y que no se tomen la lectura como algo antagónico para sus vidas. Simplemente pido que la madre que se queja de que no se permite el móvil (con el que te pueden grabar) a su hijo porque le puede pasar algo en el camino al instituto, se dé cuenta de que con el móvil en el bolsillo ese alumno no está pendiente de ti, sino de si Menganito le dará un toque desde la otra clase; o le llamarán en plena clase interrumpiéndote y rompiendo la dinámica que tanto te ha costado implantar.

Profe novata, muchas gracias por tu comentario y seguro que resistes. Usuario anónimo, no sé cómo te agregan al planeta educativo. Mery casi profe, lo tuyo también debe tener su miga. El surrealista, si relativizas, te lo pasas bien, pero no dejan de ser frustrantes algunas respuestas. Yop, indagaré en lo de Calvin Klein. Resto de comentarios, muchas gracias, perdón por la extensión y echad un ojo a los dos artículos que salieron en El País.